LOS COLORES DEL DESIERTO
Rosa Blanca quería pintar sus desiertos. Todos le decían que el desierto era siempre igual, que no tenía colores, pero ella sabía que no era cierto. Conocía muy bien los colores del desierto.
El dorado resplandeciente a la salida del sol, el blanco refulgente del espejismo, el gris metálico cuando amenazaba lluvia, los ocres de la puesta de sol que se transformaban en rojo fuego como si la tierra quisiera arroparse con el calor antes de irse a dormir.
También había verdes de varias tonalidades abriéndose paso por la arena ondulada en pequeñas matas, que asomaban la cabeza con curiosidad admiradas de la infinitud de espacio extendido a su vista. Y luego estaban las flores. ¿Y quién había dicho que los desiertos no tenían colores? La miríada de azules, malvas, rosas, púrpuras, rojos y amarillos formaban un arcoíris terrenal que a veces hacía envidiar hasta el mismo arcoíris celestial.
Pero Rosa Blanca no sabía pintar… y esto la entristecía. Así es que se puso en camino para visitar a Rosa Negra. Sabía que en su biblioteca, como siempre, encontraría la solución…
